dimecres, 11 d’abril del 2012

Contra la ilusión

Nada por aquí, nada por allá.
Tu último desahucio emocional y su posterior embargo te han vuelto a dejar con lo puesto. Se te van enfriando los reproches y ya se sabe que éstos, fríos, no valen nada. Desaprendes rutinas ajenas, reconquistas las propias que recuerdas y poco a poco vas iniciando una nueva mudanza de palabras vacías que hay que enjuagar primero con lágrimas de todo tipo, para volver a llenarlas algún dia de sentido, sensibilidad y así luzcan otra vez como se merecen.
Nadie por aquí, nadie por allá. El mercado no ha hecho más que ir a la baja desde que tú lo abandonaras. Qué pereza. Qué decepción. Que no, que te quedas en casa. No piensas volver a contar tu vida en tu vida. Si eso, la publicas en un blog, y que se vayan actualizando los nuevos. Pero qué nuevos.
Siempre quisiste lo que no podías tener y ahora que podrías tenerlo todo, no apetece ni siquiera quererlo.
Desempolvas tu agenda con la esperanza de seguir desempolvando.
Más pereza. Dónde están ahora todas esas oportunidades que dejaste pasar porque estabas por otra cosa (sí, ahora le llamas cosa). Dónde las frases bonitas que cayeron en tu saco roto (a tomar por ídem). Dónde las gotas que jamás colmarían tu vaso (lleno de mitades vacías).
Y así por aquí, y así por allá. Parece que hoy sólo serás capaz de decir las mentiras que empiezan por nunca más. Las únicas que estás dispuesta a creerte. Las únicas que te hacen sentir que estás aprendiendo.
De pronto, coño, una chistera. A ése qué le pasa, por qué te sonríe, igual tienes un moco y no te lo has visto. Y ahora por qué empieza a decirte cosas que has oído ya cientos de veces, en más de mil y una noches, y sin embargo, a él le obsequias con una cara de atontamiento generalizado, como si de repente tu cociente hubiese decidido dividirse por tu infinita torpeza.
Tus ganas de volver a ser incoherente o contradictoria o tonta del culo te hacen ignorar tanta tradición de chistes malos sobre polvos mágicos y conejitos felices en el mismo instante en el que ese prestidigitador de tres al cuarto decide jugársela a una carta y te pide que memorices su número.
Quizás por tus ganas de olvidar más que por las de recordar, decides huir hacia delante y prestarte voluntaria para ser su mano de todo, menos inocente.
Empezáis a veros con esa imposible mezcla de ilusión e incredulidad, una mezcla que te resulta demasiado familiar, pero como cada persona es un mundo, algo dentro de ti va repitiendo el mismo mantra.
Que sí, que esta vez será diferente.
Te convences tanto a ti misma que hasta parece que convences a los demás, y ya nadie te pregunta el porqué de tanto birli ni de tanto birloque.
Buscas los argumentos que apoyen tu nueva tesis, y suenan cada vez más maduros de pelar. Hoy te sientes más mujer que la de cualquier otro anuncio de compresas.

Quizás por eso, al final, sintiéndote la más fina, segura, confundida y bipolar (sobretodo bipolar), coges el teléfono y te decides a hacerme la pregunta del billón.

Cuál es el truco.

Ja. A ti te lo voy a contar.


Risto Mejide