Un libro con las páginas a todo color. Con las portadas llenas de flores y millones de sonrisas.
Un libro sólo con páginas impares. Todo el mundo prefiere las pares por qué parecen las más racionales. Pero yo no soy racional. Ni quiero serlo. Así que no las quiero.
Un libro que me recuerde que yo también he cometido errores, pero que sólo a través de estos he logrado aprender tanto. Que me repita en cada página que debo quererme por cómo soy, no por cómo me ven. Y que de paso me recuerde que tú también cometiste errores y la lástima fue que no aprendieras de ellos.
Un libro sin autor. Sin dedicatoria. Sin prólogo. ¿Para qué quiero prólogos si siempre dicen más de lo que deberían? Y a menudo lo dejan todo pautado, pre-escrito, con el camino allanado. Yo quiero irme fuera del camino, descubrir el bosque, subir por las montañas y volver a bajar. Cómo en un parque de atracciones. Y reír, volar, cantar, gritar y saltar. Tantas veces cuánto me apetezca. Y abrazar a quién me encuentre en ese parque. Y a quién no, no echarle jamás en falta.
En mi libro no habrá narrador, ni personajes. Por qué los personajes siempre complican la trama. Es algo que viene implícito por el simple echo de "ser". ¿Eres? Pues complicas. Y para complicarse la vida ya estoy yo, en mi libro todo esto me sobra. Y el narrador, para las novelas fantásticas. Ya basta de que siempre exista ese "alguien" omnipresente que sepa todo lo que ocurrirá, y que en su monótono y jodido aburrimiento por no estar expectante a nada nos contagie sus ganas de esperar tan poco de la vida.
Y el dolor? El libro no entiende de eso. Ya no me dolerán más las manos de escribirte. Ni la espalda de cargar contigo y tus miedos. Ni los pies de andar haciendo un camino que ha resultado ser siempre en círculos, sin avanzar. Ni me dolerán más los ojos de llorar por ti. Ni el cuello de querer gritarte para que me oigas y sepas que estoy aquí. Y ni mucho menos me vas a doler tú. Porque ya formas parte de otro libro terminado y guardado en la estantería del nunca jamás.
Dicen que nos pasamos la mitad de nuestra vida sufriendo. Que si guardáramos todas nuestras lágrimas en algún lado podríamos llenar una piscina olímpica al final de nuestras vidas. Así que la mitad de mi libro estará siempre en blanco, porque la otra mitad de la vida también debemos vivirla. Y las piscinas para los demás, yo siempre he preferido el mar.
Caminante no hay camino, se hace camino al andar. |
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